Jerusalén es una ciudad que impresiona, un cruce de caminos, seguramente también, choque de culturas. En algunas, pocas ocasiones, lugar de unión de religiones enfrentadas. Visitar Jerusalén produce un cúmulo de sentimientos, incluso para aquel que, como yo, se define no creyente. Sensaciones que marcan un viaje y que descubren tempestades internas, porque esta ciudad tiene un magnetismo único, magia hecha piedras abrazadas por sonidos envolventes… Así es Jerusalén, bella y apasionada, dulce como los postres árabes, olorosa como el incienso de sus iglesias, húmeda como las lágrimas de los creyentes de todas las doctrinas, inmensa. Jerusalén, para mí, es el lugar más intenso de Israel.
Nuestro itinerario en Jerusalén
La explanada de las Mezquitas
Llegamos a una Jerusalén lluviosa en diciembre. No esperábamos que, prácticamente durante todo el viaje, no dejase de llover y tuviéramos que acompañar nuestro camino de un perenne paraguas. Al llegar a la estación la sensación fue muy diferente a la de Tel Aviv, distinta, mucho más árabe, cálida, entrañable. Nos acercamos al centro con el tranvía, justo hasta una de las puertas de la ciudad. Íbamos con prisas para llegar antes de las 11 de la mañana a la explanada de la Roca… no llegamos, sin embargo. Entramos en Jerusalén a través de la Puerta de Jaffa, una antigua construcción defensiva en la que se encuentra la Torre de David. Aunque no había mucho tiempo no pudimos dejar de detenernos a hacer unas fotos y cuando llegamos a la Explanada de las Mezquitas, aún con algunos minutos de tiempo, no nos dejaron pasar, sólo se lo permiten a los musulmanes y, nosotras, ni lo somos ni lo parecemos. No lo intentamos. La primera sensación tras la carrera fue de decepción, una decepción enorme, grande como la Roca, casi inmensa…
Volvimos atrás sobre nuestros pasos, llegamos hasta casi al inicio del recorrido que nos había llevado por calles y callejones, a través de una especie de gran zoco que no habría imaginado nunca. Porque Jerusalén, es un complejo compendio de callejuelas de piedra, con miles de mercaderías, con tiendas a los dos lados, sin vehículos y que prácticamente desembocan en cualquiera de las puertas de la ciudad. Ese aspecto de zoco, sobre todo en la zona árabe, me gustó, mucho, muchísimo, como lo había hecho la Medina de Marrakech a la que me recordó especialmente. Tuvimos tiempo de volver a transitarlo cuando la lluvia amainó después de comer. Pero sigamos con nuestro recorrido en aquella mañana lluviosa.
El muro de las lamentaciones
Caminamos por el interior de la ciudad antigua de Jerusalén hasta la zona hebrea para visitar el Muro de las Lamentaciones. Se trata del gran muro exterior que rodea la gran mezquita de la Roca y está en la zona judía, siendo estos quienes controlan el acceso con ciertas medidas de seguridad. No había mucha cola, el día era tan desapacible que no había demasiada gente, como en el resto de la ciudad. El Muro de las Lamentaciones tiene dos zonas, una para hombre y otra para mujeres, llamativo en estos tiempo que todavía haya esta segregación.
El Muro de las Lamentaciones o de los Lamentos es el lugar sagrado de la religión hebrea y por ello, por respeto, hicimos lo que se nos pedía y nos dirigimos hacia el lateral de las mujeres. La zona de las mujeres es mucho más pequeña que la destinada a los hombres, cosas de las religiones, qué le vamos a hacer. Para los judíos este muro histórico es el lugar de unión a Dios, en el que piden y oran, en el que se acercan a su dios a través de las plegarias y “lamentos”.
Los creyentes judíos se acercan al muro, despacio, lo tocan, rezan e incluso dejan en el pequeños trozos de papel, supongo que con plegarias y oraciones. No siento devoción ni apego por ninguna religión, sin embargo, este, como el Santo Sepulcro, fueron dos lugares en los que sentí cierta emoción o emociones. Supongo que es natural emocionarse ante las expresiones de fervor de unos y otros creyentes. Nos acercamos al muro y al alejarnos, marcha atrás como el resto de las personas para no dar la espalda al muro, tuve sensaciones un tanto encontradas. Curiosa la devoción hacia las piedras cuando a veces no empatizamos con las personas de nuestro alrededor.
Después de visitar el muro de las Lamentaciones, caladas hasta las orejas, decidimos pasear por la zona judía, parándonos a hacer fotos en algunas bonitas calles y, poco después, como ya era la hora de comer pensamos en hacerlo en esa zona. Comimos el mejor hummus que he probado hasta ahora.
La Vía Dolorosa
Tras la comida, por suerte, dejó de llover y empezó a salir el sol. Decidimos dirigirnos hacia el barrio musulmán para recorrer la Vía Dolorosa, que transcurre en parte de ese inmenso zoco del que os hablaba en la parte árabe de la ciudad. La Vía que recorrió Cristo con la cruz según la religión cristiana es otro de esos lugares que emociona. Me gustó, no sé si es el sentimiento más apropiado para un lugar de sufrimiento tal, pero a mi fue la parte de Jerusalén que más me gustó. El hecho de transitar por una calle tan llena de historia, devocional y, a la vez, bella, es una experiencia única, incluso si está salpicada de miles de establecimientos turísticos interesados en vender souvenirs.
Nuestro camino en la Vía Dolorosa, sorprendentemente seco, llegó a su culmen en torno al Monasterio Griego Ortodoxo, cuando empezó a sonar la llamada a la oración. Sinceramente, muy emocionante. Casi al final de la Vía Dolorosa visitamos la Iglesia de la Condenación e Imposición de la Cruz, lugar donde según la tradición cristina, Jesús fue azotado antes de emprender el camino al monte de Getsemani.
Cerca de esta pequeña iglesia, la Iglesia de Santa Ana y el lugar de nacimiento de la Virgen María. Es un sitio un tanto “raro”, se accede a una especie de pequeña cueva a través de unas escaleras. En la puerta había una sala de conserje, nadie nos pidió dinero para entrar, pero tampoco nos explicaron nada sobre el lugar. En el subsuelo, una pequeña cueva, poco iluminada con un altar. Teniendo en cuenta el poco acuerdo que hay hacia el lugar de nacimiento de María, dudo mucho que viéramos el original…
Al final de la Vía Dolorosa otra de las puertas de la ciudad, la de los Leones, desde donde la cual se ve y accede al monte de los Olivos. Desde allí, volvimos sobre nuestros pasos para dirigirnos al barrio cristiano y visitar el Santo Sepulcro.
Santo Sepulcro
La basílica del Santo Sepulcro es el lugar de mayor devoción cristiana en Jerusalén y, probablemente, en todo el mundo. Este templo se sitúa en lo que fue el Monte Gólgota, lugar del calvario de Cristo, y cerca de él la tumba del hijo de Dios, razones por las que se reconoce como un lugar sagrado y de importantísima relevancia para los cristianos.
El templo que conocemos hoy es una extraña mezcla de diversos estilos arquitectónicos que fundamentalmente tienen su origen en la iglesia cruzada del siglo XI. De la primera iglesia consagrada, allá por el siglo IV no quedan restos ni apenas referencias.
La Basílica está organizada en varios espacios y regida por diversas confesiones dentro del cristianismo. Nada más entrar nos sorprende un buen número de personas que se sitúan en torno a una gran piedra, la de la unción. Lugar, sin duda, emotivo, incluso para aquellos que como yo no tenemos una confesión religiosa. Sin embargo, emociona quizá no la piedra en sí, que al fin y al cabo es un referente histórico, sino el sentimiento que genera y la devoción de las personas que pasan sus pañuelos y sus objetos sobre ella, como si de una piedra milagrosa se tratase. Se llama fe.
Desde allí nos dirigimos a la rotonda del Santo Sepulcro, hay una cola interminable en la que permanecemos sin adelantar ni dos metros durante media hora. Decidimos desistir y no entramos en el Sepulcro de Cristo.
Volvemos a la entrada y subimos los empinados escalones que dan acceso al Monte del Calvario. Si algo me sorprende es el gran número de gente de los países del este: Bielorrusia, Rusia, Ucrania… que está en esta parte del templo. Tuvimos suerte, cerraron el acceso nada más pasar y tras hacer cola pudimos pasar a tocar la mismísima piedra donde fue crucificad Cristo. Sensaciones.
Se nos está haciendo de noche y empieza a llover de nuevo sobre Jerusalén. Se está haciendo duro el día entre los huesos calados y las emociones de esta bella ciudad que parece armónica pero no lo es. La sensación es extraña, parece una ciudad tan árabe y a la vez, la sombra de algunos enjutos judíos armados nos hace ver que no es todo como parece. Porque si hay algo desagradable en Jerusalén, es subir a un tranvía y sentir que te roza una metralleta. No, no me gusta Israel.
Antes de irnos visitamos uno de los mercados de la ciudad: Mahane Yehuda Market. Es un gran compendio de diferentes tiendas de comida en general, dulces típicos, objetos y suvenirs. Está cubierto y al menos su techumbre nos proteje un rato de las lluvias incesantes de este país.
Arrepentimientos en Jerusalén
Me arrepiento de no haber dedicado más de un día a Jerusalén que me gustó infinitamente más que Tel Aviv. De no habernos quedado a dormir en la Ciudad Santa y aprovechar la noche para dar un paseo por la ciudad vieja. También me arrepiento de no haber madrugado algo más para visitar la explanada de las Mezquitas y de llegar tarde, no por voluntad propia, sino por diversos inconvenientes como los transportes.
Me arrepiento de no haber tenido tiempo de subir al Monte de los Olivos y tener esas espectaculares vistas que salen en las fotos. Es doloroso y cabreante que no dejase de llover. Me duele no haber podido disfrutar más de los paseos por la Vía Dolorosa que me gustó sobremanera. Quizá, no sabría decir cuándo, vuelva.